sábado, 11 de agosto de 2007

La escalera

¿Qué puede hacer de una escalera un drama? ¿La escalera en sí? ¿El lugar al que lleva? ¿El lugar del que te saca? ¿El personaje que la sube? ¿Lo que rodea a la escalera? ¿El proceso de su uso? ¿Su indefinición? ¿Su inexistencia? ¿Su existencia? Juguemos a dramatizar...


Hacía calor,el agua del rio parecía estar hirviendo esa maldita tarde de agosto en que me llevaron a dar un paseo, me sacaron de la carcel de alcala por una escalera larga de esperanza y piedras.Dijeron que había habido un error y que yo no debía estar allí, aún recuerdo como convertí cada escalón en un pensamiento, mezcla de ansiedad y verguenza al principio, de culpabilidad y falsa tristeza conforme avanzaba, y de frustración cuando llegué arriba; el camión, cargado de otros infelices muertos en vida me esperaba. Me taparon los ojos con un pañuelo, todavía estaba húmedo de la sangre de otro no culpable, en mis mejillas se empezarnos a mezclar los dos líquidos salinos. Se me escapó una pequeña sonrisa al darme cuenta de que la sed me hizo recogerlos con mi agrietada lengua, estúpido instinto de supervivencia que convierte la liberadora muerte en agonía.


Cuando me quitaron el pañuelo de la cara pude ver donde estaba, era un barco atracado en el rio, inmovil, muerto. Había metal por todas partes.


Ante mí otra escalera, larga y metálica, los escalones con forma de rejilla y al final sólo había oscuridad y calor. Mis pies, abiertos por las ampollas culpa de un robo nocturno, sangraban al clavarse con ayuda que mi pesado cuepo sobre los afilados escalones. A mi espalda alguien gritaba órdenes a la fila que yo desgraciadamente presidía, delante no se oía nada, sólo algún sollozo rompía la monotonía del aire, aire quieto pero caliente. Conseguí que mi cuerpo empezara a descender, mitad por empujones del desconocido que me seguía, mitad por el peso que la gravedad atraía.


Mi cuerpo bajaba, y mi mente ascendía. La luz desaparecía a cada paso, así que cerré los ojos y dejé que mi mente se escapara de aquel castigo. Una subía y el otro ascendía, y yo no sabía con quien irme.



Dedicado a todos y todas las que desaparecieron en alquel barco anclado en el Guadalquivir en los primeros días tras el golpe de Estado del 18 de Julio

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